El juego, como menciona Huizinga (1984), es una actividad voluntaria con límites espaciales y temporales, basada en una regla aceptada libremente y en un fin. En ella, se desarrollan sentimientos de alegría y tensión, así como la conciencia de experimentar algo diferente a lo que ocurre en la vida.
Esta actividad, muy al contrario de la fama que ha recibido en la educación, no es una ocupación perniciosa que se deba de reducir. El juego libre son acciones fundamentales para el desarrollo de los niños y por ello no debería de ser la actividad a la que tengan acceso cuando han terminado lo que la maestra considere académico porque, de esta manera, les está impidiendo realizar una actividad muy necesaria para su crecimiento.
Asimismo, tampoco sirve emplearlo a modo de pseudojuego para trabajar los contenidos curriculares porque pierde su esencia y desnaturaliza la propia actividad (Hoyuelos, 2015). En este sentido, es necesario tener clara la idea que explica dicho autor sobre que el juego es una actividad incierta, imprevisible y esto es lo que la hace tan fascinante.
En estos momentos de juego libre los niños imaginan qué podría ocurrir, se sienten de maneras diferentes, prueban cosas, imaginan, etc. Los pequeños emplean el juego para recorrer caminos que, de otra manera, no lo conseguirían (Hoyuelos, 2015).
Además, a través del juego los niños ponen en práctica su capacidad de ver todo lo que les rodea desde una perspectiva poética, aun siendo temas tan complicados como la soledad, el abandono, la amistad, etc. En multitud de ocasiones los niños emplean el juego como herramienta para tratar todos esos temas que los adultos tendemos a evitar que conozcan o sean conscientes de los mismos.
Sin embargo, no somos conscientes de la gran capacidad de comprensión y gestión poética, sorprendentemente natural, que desarrollan los niños a través del juego para tratar dichos temas que consideramos inapropiados para su edad.
Otra característica de esta actividad lúdica es que es propia de la infancia porque los adultos no podemos jugar, intentamos representarlo de la mejor manera posible, pero no formamos parte del juego como sí que lo hacen los niños. Puede que por ello nos estemos preguntando constantemente la finalidad del mismo, como si tuviese que ser una actividad basada en la lógica. Esto no quiere decir que el juego sea incoherente, muy al contrario, los que se encuentran inmersos en el mismo son capaces de percibir e interpretar su sentido (Hoyuelos, 2015).
Por otro lado, en los momentos de juego libre los niños se verán influidos por su edad y los materiales proporcionados. Pueden desarrollar un juego presimbólico o simbólico, aunque este último aumenta entre los dos y los cinco años de edad (Gallardo & Gallardo, 2018). En este sentido, resulta fundamental tener en cuenta que los diversos tipos de materiales provocan diferentes tipos de juego.
Referencias
Gallardo, P & Gallardo, J.A. (2018). Teorías sobre el juego y su importancia como recurso educativo para el desarrollo integral infantil. Revista Educativa Hekademos, 24.
Hoyuelos, A. (2015). Cultura de la infancia y ámbitos de juego. En Hoyuelo, A y Riera, M.A. Complejidad y relaciones en educación infantil. Barcelona: Rosa Sensat.
Huizinga, J. (1984). Homo Ludens. Madrid: Alianza.
Sofía Cuevas Llorente y Lucía Martínez Gutiérrez, 2020.